Kramer tiene 24 años. Sale en la tele. Gana plata. Lo aplauden.
Se casó con una actriz, Paloma; tuvo una hija, María Jesús; contrató mánager, Ernesto Suárez; maquilladora, Georgina Silva; peluquero, Nelson, y vestuarista, Arturo. Además Eduardo Saavedra le hace las prótesis faciales y su asistente, José Miguel Ditrans, Papo, que es imitador de Joaquín Lavín y del cura Hasbún, le ayuda con la dirección y los guiones.
La maquinaria para copiar psicológica y físicamente a los personajes que caen en la mira de Kramer está escogida profesionalmente. Ha montado una empresa de la copia.
Su primera rutina empezó tiempo atrás, a los 15 años, cuando imitaba a los padres de sus compañeros del colegio Manquehue. Lo hacía igual. El tono sureño del papá del Andy, su amigo, causaba sensación entre los quinceañeros.
De vez en cuando, se subía a animar el acto cívico. Un día, como ninguno de sus compañeros subía a mostrar alguna gracia al escenario, Kramer anunció una sorpresa: “Con ustedes, ¡¡¡Stefan Kramer!!!”. Se bajó del escenario y se subió de nuevo. Absurdamente. Como en un círculo donde él era artista y presentador al mismo tiempo.
Tilín, tilín- sonó la campana después del raro show y todos los alumnos entraron a clases sin entender ni una palabra del humor recursivo y visual de Stefan Kramer.
En la sala de clases Kramer era ordenado. No se juntaba con los cabros que escuchaban ACDC.
¿Perno?
-No, perno, no. Pero ondero tampoco. No me iba con ningún grupito alternativo. Yo no era rebelde.
Actualmente, ¿tienes un lado B?
-Ninguno.
Te gusta Arjona. Eso es muy B. Casi C.
Todo el mundo me dice: ¡Cómo! ¿te gusta Arjona?, ¡qué vergüenza!”. Y, en serio, me gusta Arjona porque sí, lo encuentro demasiado normal. Y me dicen Òme estay hueviando, ¿verdad?”. Sí, te juro que sí me gusta. Y me miran con cara de “no me lo esperaba de ti, te me caíste”. Me caigo, si me caigo. Todo el tiempo.
La rutina privada de Kramer actualmente sucede en una pieza con espejo de su casa. En las paredes hay varias fotos pegadas de las bestias catódicas a las que imita. También, con precisión científica revisa la anatomía y la sicología de sus imitados con videos sacados de programas de televisión y recortes de diarios con entrevistas y perfiles. Esto ocurre en su casa, junto a su mujer. Aunque instaló un estudio especial para armar su show, no lo ocupa. Dice que le queda muy lejos del clan. Y “el artista”, asegura que necesita estar cerca de su teta. Del llanto de su guagua, de su mujer que revuelve la olla de la papilla de espinacas y que, de vez en cuando le dice: “está fome esto”. Al final, a ella siempre le gusta. Es su fan. Cree en él. Lo ve en la tele. Cada noche de show. Y él, cuando termina, no se va con los compañeros a tomarse una chela o a juntarse con amigos por ahí. No. Se va a su casa, derechito.
¿No te dan ganas de carretear un ratito?
-¡¿Pa qué, si estoy casado, voy a andar hueviando?! Además, ¿ganas de salir? con quién? No, poh, si mi señora me está esperando, hay que irse para la casa. No me gusta, no me gusta salir.
¿Ni un copete te tomas?
-Pero en mi casa, con ella. Mi casa es mi vida. Mis amigos del alma me van a ver de repente. A mi casa.
¿Te gusta aparecer en la tele?
-Te voy a contar algo: cuando estuve por primera vez en un estelar de televisión sentí que ya había estado allí antes. No sé por qué lo sentí. Lo mismo me pasó en TVN. Y, de chico, cuando veía la tele susurraba repetidamente: “yo voy a estar sentado ahí, voy a estar sentado ahí, lo juro”. En la tele. La vida a mí me llevó para allá. Era mi destino.
Cuando te ves, ¿te gustas entero?
¡Uy!, no sé. Es terrible verme, veo los programas casi debajo de la sábana.
Kramer describe su intimidad, la de su casa, su mujer y su guagua, frente al espejo del camarín de Chilevisión que tiene una ampolleta por medio quemada. Se le hace notar y él replica: “Las estrellas están en el cielo”. A su lado, la maquilladora Georgina Silva, le arma la cara con trocitos de silicona, prótesis de látex, base untuosa, sombra y luces plateadas en barra, mezclada con rubor carmín en polvo y Briz Key blanco.
Esas capas de maquillaje, con el tiempo ¿te pondrán más viejo, más seco?
-Ya estoy medio seco. Pero me echo cremita.
-¿Qué cremita?
-La Paloma, mi mujer, me pasa de las suyas, porque no sé nada de cremas, no sé cómo comprarlas. Y soy tan fome para la compra que si salgo a comprarme algo, no sé qué otra cosa comprar aparte de un Levi’s 501.
-¿Tienes algún trauma con eso de la ropa?
-No, yo no conozco el trauma. No me ha pasado nada terrible. Nunca fui abandonado. No sé del sufrimiento.
-Tienes 24 años y la vida de un hombre grande. ¿Siempre quisiste ser así, establecido, tranquilo?
-Siempre quise tener mi propia familia. Me encanta mi vida tranquila.
¿Estás enamorado?
-Muy enamorado. De mi mujer.
¿Por qué te encanta?
-Porque es increíble. Tierna. Comprensiva.
¿Bonita?
-Maravillosa.
¿Y tu hija?
-Tiene un año y ya se pone a cantar cuando ve Rojo. Es bien simpática. Mírala. (Tiene una foto de ella en el celular). ¿Cierto que es linda? pregunta, babeando.
¿Tienen animales?
-Teníamos un perro, pero lo atropellaron. Era un maltés, el E-Wok. Un día salió a la calle y un auto lo atropelló. Llegué cinco minutos después y ya había fallecido. Lo recogí y le dije a mi cuñado si lo podía tomar y enterrarlo en el jardín.
¿Te dio mucha pena?
-Nunca más quise tener una mascota, pero pena no me dio.
¿Ayudas en las cosas de la casa?
-Soy medio quedaíto.
¿Servido?
-Puede ser. De repente hago mis custiones.
-¿Qué “custiones”?
-Cosas personales.
-¿Cocinas?
-Los completos me quedan muy buenos. Las salchichas las pongo al microondas durante treinta segundos. También hago hamburguesas.
-Por lo que veo, prefieres la comida chatarra.
-Me encanta. Amo el McDonald’s. Es fome ser sano.
-¿En la tele ¿qué se come?
-Yo no como nada. A punto de actuar, ni el agua me pasa.
-¿Por qué?, ¿te pones nervioso?
-Heavy nervioso. Es una parte de mí que no soporto. Creo que no se me va quitar. Se me aprieta aquí (muestra el pecho) y no se me desata el nudo en mucho rato. Cuando termino, me quedo con el personaje dentro de mí hasta Áuf!, me cuesta sacarlo. Quedo como poseído. Soy otro.
El público adicto al Kramer ve que él es un espejo humano. “No hace caricatura, es tan real lo suyo que da miedo”, dice Renata Bravo, la comediante. ¿Cómo aprendió?
-Solo. Observo a los personajes, sus movimientos, su voz, y voy más profundo que eso: quiero la mentalidad. Quiero entender por qué actúan como actúan. Cuando lo consigo, recién me pongo a escribir el libreto. Así fluye.
¿Fácil?
-Todo es difícil. Me encanta escribir, pero me cuesta. Me encanta actuar, pero me cuesta.
¿Qué es el humor?, dímelo seriamente.
-Un proceso muy lento, de hormigas. Un arte que se pule con el tiempo. A veces se cruza un silencio tan incómodo que se hace eterno. La gente no se ríe cuando se tiene que reír. O se ríe cuando no se tiene que reír.
¿Qué películas te causan risa?
-Me encanta el humor de El príncipe de Nueva York. Lo encuentro estúpido, divertido. Con la película Una pareja de idiotas me reí de principio a fin.
¿De qué?
-De todo. Me río con cosas que a lo mejor nadie se ríe. Me río de estupideces de la vida cotidiana: si alguien se cae o se chorrea. Me da risa la desgracia. ÀLa vez que más me he reído en la vida? Cuando mi señora me imitó. Casi me muero. Es divertido verse en el otro.
¿Has llorado hasta el hipo?
-¿Llorado? No me acuerdo de haber llorado mucho. Pero lloro a cada rato un poco. Lloro por las malas personas que actúan para cagarse a los otros. Me ha tocado verlo de cerca. Y duele.
¿Juegas a la pelota aún, como en tus tiempos de profe?
-Cuando juego quedo una semana adolorido. Mi estado físico ahora es malísimo. No puedo hacer la finta o la gambeta que hacía antes. Es penoso. Igual es rico jugar, pero soy un viejo crack. Nada muy extraordinario.
-Así se ve.
-Mi esencia es ser un niño bueno. Un gran niño. Normal. Muy normal.
-Un viejo chico- susurra su mánager, oyendo la conversación.
-Todos mis hermanos éramos ordenaditos. Nos criaron normal… qué sé yo… ¡normal! - explica.
¿Cómo normal?
-Nos dejaban salir, pero con horario. Yo era el menor de cuatro hombres. Nunca tuve problemas con los pitos, todo normal.
Aquí termina la historia del menor de una familia de clase media en Ñuñoa que fue feliz cuando chico. A los cinco años jugaba con una manguera. “No me acuerdo, yo era muy piola, muy tranquilo, pero viendo videos antiguos jugaba con una manguera”.
¿Peleabas con tus hermanos?
-Poco. Jugábamos Play Station. Nadie me quería quitar mi manguera. Yo observaba la realidad mientras caía el agua. Muy normal. Siempre he sido muy normal.